
The Last Caretaker ha sido una grata sorpresa desde el primer momento. Lo que parecía otro simulador postapocalíptico más, se convierte pronto en una experiencia íntima y reflexiva sobre la soledad, la reconstrucción y la conexión con un mundo que ha quedado en silencio. Su ambientación, cargada de melancolía y belleza, logra transmitir una sensación constante de calma y esperanza, sin recurrir al dramatismo. La dirección artística y la sutileza de su narrativa nos invitan a explorar con curiosidad, disfrutando de cada pequeño descubrimiento.
Lo que realmente nos ha sorprendido es lo bien que combina lo contemplativo con lo interactivo. Cuidar los entornos, reparar estructuras y devolver la vida a los lugares abandonados se siente satisfactorio y natural. A medida que avanzamos, el juego consigue que nos impliquemos emocionalmente con su mundo, haciendo que cada acción tenga un peso simbólico. The Last Caretaker no solo destaca por su originalidad, sino también por su serenidad: un juego que demuestra que no hace falta el caos para dejar huella.
Podéis ver nuestras primeras impresiones a continuación, o desde aquí.
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